Pentecostés 8 (B) – 14 de julio de 2024 (2024)

July 14, 2024

Gonzalo Rendón

Pentecostés 8 (B) – 14 de julio de 2024 (1)

LCR: Amós 7:7–15; Salmo 85:8–13; Efesios 1:3–14; SanMarcos6:14–29.

Nos presentan las lecturas de hoy dos experiencias de vida muy interesantes y de mucho significado para nosotros. En primer lugar, la situación que tiene que enfrentar Amós con el sacerdote Amasías, funcionario del santuario de Samaría, pero al mismo tiempo funcionario de la corte del rey Jeroboam II; y, en segundo lugar, el relato sobre la muerte de Juan el Bautista a manos del tetrarca Herodes a causa de su predicación. Vale la pena que miremos en detalle quiénes son Amós y Juan para evaluar si nosotros también estaremos o no llamados hoy a imitarlos.

El profeta Amós nació en Tecoa, una pequeña población a 20 km al sur de Jerusalén, en el reino del Sur o Judá; pero, su ministerio profético lo desarrolló en el territorio del Norte, también llamado reino de Israel. Al parecer, Amós se dedicaba al negocio del ganado, quizás de ovejas y cabras y, según parece, gozaba de buena solvencia económica, lo cual le permitió tal vez adquirir una aceptable formación intelectual; se dice que poseía dotes literarias. Sin embargo, de aquella situación tranquila lo arranca el llamado de Dios (cf. 7:10-14) para enviarlo como profeta al reino del Norte, época que coincide con el reinado de Jeroboán II (782-753 a.C.). Según parece, es tiempo de prosperidad material, pero, si nos atenemos a las descripciones que de aquella sociedad hacen los profetas Oseas y el mismo Amós, tenemos que decir que se trata de una sociedad enferma de injusticia social, un marcado sincretismo religioso, una permanente inclinación a la idolatría y una exagerada confianza en los bienes y recursos materiales.

La predicación de Amós en aquella tierra, distinta a la suya, toca dos puntos fundamentales: la vigorosa denuncia de las injusticias sociales, el excesivo lujo y la autosuficiencia, por un lado; y por el otro, la catástrofe inminente, Israel será destruido y sus gentes irán al destierro. Este segundo tema de su predicación no dejó de sonar extraño a quienes lo escuchaban, ya que no había en ese momento en el panorama internacional ninguna amenaza importante para Israel; su vecino más próximo, Siria, no se hallaba en el mejor momento político ni militar, y el otro vecino remoto, Asiria, no estaba para enfrascarse todavía en campañas expansionistas hacia los lados de Israel. Con todo, tras la muere Jeroboán II, sube al trono de Asiria (Tiglat Piliser III) quien de alguna manera cumple la profecía de Amós. En este panorama, pues, tiene lugar la predicación o ministerio profético de Amós. El pasaje que escuchamos hoy corresponde al inicio de la segunda parte del libro, la cual está conformada por cinco visiones entre las cuales está intercalado el relato del incidente con Amasías. Este incidente tiene mucho qué decirnos hoy.

“Cuando la religión depende de la institución política oficial, irremediablemente se presentan incidentes como este entre Amós, profeta de Dios, y Amasías, sacerdote a sueldo del santuario del rey. Las perspectivas son totalmente contrarias; mientras la voz de Amós, conciencia crítica de un sistema que poco a poco se autodestruye, busca en el fondo salvar al pueblo; Amasías, con la típica visión obtusa de quien sólo piensa en el establecimiento, no puede sino concluir que se trata de un conspirador, un terrorista que atenta contra la seguridad y la “legitimidad” de la nación. Lo mejor de todo es que desde su pobre mentalidad, se siente obligado a darle un “buen” consejo al profeta recordándole que se ¡halla en “el espacio” del rey! Semejante atrevimiento hace que Amós revele el origen y sentido de su vocación. Si Amós fuera profeta a sueldo, lo menos que se le ocurriría sería tocar los “intereses” del rey, pero por tratarse de ser hombre de Dios, profeta de YHWH, su acción no se puede circunscribir a espacios “autorizados”, ni su voz puede tener las características de dulce melodía para todo el mundo. El trágico final del pobre Amasías es premonitorio, así termina la institución religiosa cuando su horizonte se confunde con el horizonte de los opresores. Aquí hay una clave muy clara que permite o que impulsa a la crítica sana de las religiones modernas”. (La Biblia de nuestro pueblo. Coment. in situ)

De otro lado, el evangelio de Marcos nos relata el fin de la vida de Juan el Bautista. Todos hemos oído hablar de Juan y sabemos que su mención en los cuatro evangelios es para decirnos que su función específica fue la de preparar el camino del Mesías; por eso también lo conocemos como el Precursor. Su vida y su predicación se orientaron a la denuncia de los males sociales y religiosos de su tiempo sobre lo cual sustentaba la idea de una intervención definitiva de Dios; ante ello, mucha gente se convertía, y para simbolizar el deseo de cambiar sus vidas, se sumergían en las aguas del río Jordán para lavar sus pecados.

No sucedió así con los destinatarios de sus denuncias por la irregularidad de su unión marital, Herodes y Herodías, esposa del hermano del tetrarca. Desde su perspectiva, Juan juzgaba ilegal y pecaminosa dicha unión; pero más allá del juicio moral, Juan es un hombre comprometido con la verdad, con la rectitud de vida, y por eso no vacila en denunciar lo que a él le parece irregular. Con toda seguridad, Juan buscó y esperó el cambio de vida de aquella pareja, sin embargo, por lo que nos cuenta el evangelista, ése fue precisamente el camino de su martirio. Queda así ilustrado cómo el compromiso con la verdad puede llevar hasta la muerte porque ésa es la forma cómo responden quienes se creen amos y señores de mundo, dueños de la vida propia y ajena.

Con todo -y a pesar de que el relato sobre la muerte de Juan podemos tomarlo como una forma de denuncia de los evangelistas contra el irrespeto a la vida-, en realidad la intención es establecer el límite entre el ministerio de Juan y el de Jesús. De todos modos, no perdamos de vista la reflexión sobre los excesos y abusos de quienes ostentan el poder; no olvidemos que quienes llamamos “poderosos” por lo general son individuos inhumanos. Sí, el poder deshumaniza, el poder de cualquier tipo, social, político, económico o religioso; la constante es que deshumaniza y, aunque suene atrevido o de mal gusto, también “idiotiza”. Basta con echar un vistazo rápido a muchos que han tenido o tienen poder para ver cuál de sus excesos no es un absurdo fruto de una mente idiotizada, alienada, embriagada de poder y por tanto inhumana.

Y lo que percibimos en esos “grandes” de la historia, pasada y presente, hay que aplicarlo desafortunadamente a otros en menor escala, pero que presentan igual sintomatología. ¿Cuántos directivos religiosos, presidentes de sindicatos, juntas cívicas y hasta de juntas congregacionales no se han dejado arrastrar también por el mismo síndrome?

Ahí es donde adquiere valor y sentido la propuesta de Jesús: “el que quiera mandar, póngase a servir; el que quiera ser el primero, hágase el último”. No es dominando, no es oprimiendo ni ejerciendo “poder” unos sobre otros como Jesús quiere que cambiemos la realidad. Es cambiando desde nuestro interior, buscando y viendo siempre en el otro el rostro del Creador. Si yo soy imagen de mi Creador también mi prójimo lo es. En el otro también está la presencia siempre activa de Dios por lo cual mi comportamiento siempre debe ser de total respeto y admiración por el Otro.

El Rvdo. Gonzalo Rendón es clérigo de la Iglesia Episcopal de Colombia y es docente universitario. Presta sus servicios en la Parroquia San Lucas en Medellín, y es Rector y profesor del Centro de Estudios Teológicos (CET) de la Diócesis de Colombia.

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